OFFSIDE 65 – CRÓNICA DE UN MAESTRO – POR HARRY ELOY CALDERON LIPA

Los días pasaban, y nadie se atrevía a hablar del tema; el asunto flotaba por el aire, pero nadie quería respirarlo.

Era lunes 28 de mayo del 2018, el sol de mediodía se mostraba en un cielo serrano completamente despejado. Faltaban solo 12 minutos para que el personal operativo de la Institución Educativa secundaria Inmaculada Concepción encienda la sirena, y el sonido del mismo daría fin a la jornada escolar del primer turno.

Los docentes de la segunda jornada, o como todos llaman, “turno de la tarde”, empezaron a llegar, registraban la hora en la que llegaron, en un aparato pegado en la pared, y con el pasar de los minutos el resto del personal iba llegando con mayor rapidez, algunos con la frente reflejante y la respiración agitada. Pero todos, luego de pasar los ojos por aquella máquina, hacían un evidente cambio de ritmo en sus movimientos. Luego de pasar por aquella situación, el docente, cualquiera que sea, se aproxima a otro que llegó antes que él, o a un grupo con la misma condición. Todos esperando el sonar de aquella sirena a las 12 horas con 50 minutos, siempre puntual, siempre exacto, de lunes a viernes.

La espera obligaba a los maestros a dibujar una sonrisa en el rostro, y repetir diálogos de la jornada anterior. Ninguno es de la misma edad, pero todos expresan en sus rostros alegría y cansancio, una mescla peligrosa originada por la rutina y la costumbre.

Algunos docentes miraron de reojo la llegada del colega de 65 años cumplidos justo una semana antes, 35 años de trabajo, dedicados a la educación de nuestro país, todos los que optamos por una vida en el magisterio, sabemos lo que significa en la para un docente llegar a esa edad.

Junto al asesor del área de letras, planeamos realizar una despedida a este docente cuya labor llegaría a su fin en 3 días más. No hubo un docente de la especialidad que negase su participación, pero a nadie le gustaba hablar del tema; me incluyo.

  • Imagínate, cada día al despertar, alistas aquel maletín, que lleva dentro toda la experiencia de más de 30 años, sales de la casa a la misma hora, todos los días de lunes a viernes, durante más de la mitad de tu vida, y llega el momento en que ya no lo harás más, nunca más…

Comentó un colega del trabajo, cuando muy delicadamente tocamos el tema.

Posiblemente todos los docentes que llegan a esa edad en el ambiente del magisterio, es porque realmente le apasiona la enseñanza, o cree que no es capaz de realizar otra actividad, o no pudo contra la rutina; que inició en este trabajo de manera temporal, le fue gustando y al final se quedó hasta que lo tengan que jubilar a los 65 años.

  • Siento que las fuerzas y el cuerpo aun me dan para algunos años más.

Me confesó, con esas palabras, aquél colega unas semanas antes de retirarse.  

Me pregunto, ¿con qué ánimo entra un docente a su aula, sabiendo que será el último día que verá a esos pequeños ciudadanos que reflejan en sus ojos el mismo cariño de un hijo a su padre?

Me quedé sentado en una baqueta ubicada al sur de la institución, prefiero siempre estar solo, miré el celular y marcaba las 12 con 39, busqué en aquel desorden dentro del maletín, un libro que, minutos antes, encontré en la biblioteca olvidada de mi hermana, “Tungsteno” de Cesar Vallejo, el mismo que mi padre me hizo leer cuando niño, aún estaba forrado con aquel plástico antiguo y decolorado, contaba con unos 10 minutos antes de entrar al aula, y si nadie interrumpía mi lectura, sería muy productiva y provechosa; no sé porque hago eso, si siempre alguien interrumpe. Leí no más de una página y la sirena con su cántico uniforme y monótono anunció el fin de mi lectura. El bullicio de los estudiantes del primer turno que hacían al salir, y el de los alumnos del segundo turno al entrar, obliga a mirar lo que ocurre.

  • ¡Tungsteno!

Dijo, aquel docente 65 años, mientras posaba su cuerpo en la misma banqueta en la que yo estaba sentado.

Dirigí la mirada hacia él, completamente extrañado, saludé por costumbre, y mostrando la tapa asentí.

Vi como sus ojos se perdían entre el desorden y la bulla de los estudiantes, una mirada serena casi triste, acompañaba su meditar, y de pronto, sin distraer su mirada me comentó.

  • ¿Sabes? Ya no vendré desde mañana.

Me quedé sorprendido, si aún le quedaban algunos días, ¿por qué ya no asistirá más? no supe que comentar al respecto. El tema del cese es muy delicado. Y yo siendo en ese momento uno de los más jóvenes del personal, mi comentario podría sonar sarcástico.

  • Yo sé que todos me miran con cierta lástima, pero nadie quiere hablar del tema; estoy seguro que tú también, pero no es tan malo… creo.

Antes, quería más tiempo para mí, y ahora simplemente, no quiero tener que irme del colegio.

Tras decir esas palabras, agachó la cabeza, y con su mirada perdida en el suelo, la voz se le hizo de un tono más agudo y optó por callar.

Apretó los ojos, respiró profundamente, se levantó del asiento y empezó a caminar por última vez hacia la puerta de salida. Justo antes de salir, volvió su rostro para encontrarme sentado, perplejo, y en silencio; sentado en la misma banqueta en la que hoy, después de un mes, recuerdo aquel instante.

Ya no volví a saber de él. Ya nadie comenta nada, como si nunca hubiera existido un docente con aquel nombre en esta institución, quedó olvidado. Lo dejaron “fuera del juego”, más de 30 años para ser olvidado en menos de 30 días.

Por: Harry Eloy Calderon Lipa

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